jueves, 21 de febrero de 2013

Apuntes sobre el arte de narrar, por Juan Bosch


Apuntes sobre el arte de narrar, por Juan Bosch

Por Prodavinci | 18 de Febrero, 2013
bosch textoEl cuento es un género antiquísimo, que a través de los siglos ha tenido y mantenido el favor público. Su influencia en el desarrollo de la sensibilidad general puede ser muy grande, y por tal razón el cuentista debe sentirse responsable de lo que escribe, como si fuera un maestro de emociones o de ideas.
Lo primero que debe aclarar una persona que se inclina a escribir cuentos es la intensidad de su vocación. Nadie que no tenga vocación de cuentista puede llegar a escribir buenos cuentos. Lo segundo se refiere al género. ¿Qué es un cuento? La respuesta ha resultado tan difícil que a menudo ha sido soslayada incluso por críticos excelentes, pero puede afirmarse que un cuento es el relato de un hecho que tiene indudable importancia. La importancia del hecho es desde luego relativa, mas debe ser indudable, convincente para la generalidad de los lectores. Si el suceso que forma el meollo del cuento carece de importancia, lo que se escribe puede ser un cuadro, una escena, una estampa, pero no es un cuento.
“Importancia” no quiere decir aquí novedad, caso insólito, acaecimiento singular. La propensión a escoger argumentos poco frecuentes como tema de cuentos puede conducir a una deformación similar a la que sufren en su estructura muscular los profesionales del atletismo. Un niño que va a la escuela no es materia propicia para un cuento, porque no hay nada de importancia en su viaje diario a las clases; pero hay sustancia para el cuento si el autobús en que va el niño se vuelca o se quema, o si al llegar a su escuela el niño halla que el maestro está enfermo o el edificio escolar se ha quemado la noche anterior.
Aprender a discernir dónde hay un tema para cuento es parte esencial de la técnica. Esa técnica es el oficio peculiar con que se trabaja el esqueleto de toda obra de creación: es la “tekné” de los griegos o, si se quiere, la parte de artesanado imprescindible en el bagaje del artista.
A menos que se trate de un caso excepcional, un buen escritor de cuentos tarda años en dominar la técnica del género, y la técnica se adquiere con la práctica más que con estudio. Pero nunca debe olvidarse que el género tiene una técnica y que ésta debe conocerse a fondo. Cuento quiere decir llevar cuenta de un hecho. La palabra proviene del latín computus, y es inútil tratar de rehuir el significado esencial que late en el origen de los vocablos. Una persona puede llevar cuenta de algo con números romanos, con números árabes, con signos algebraicos; pero tiene que llevar esa cuenta. No puede olvidar ciertas cantidades o ignorar determinados valores. Llevar cuenta es ir ceñido al hecho que se computa. El que no sabe llevar con palabras la cuenta de un suceso, no es cuentista.
De paso diremos que una vez adquirida la técnica, el cuentista puede escoger su propio camino, ser “hermético” o “figurativo” como se dice ahora, o lo que es lo mismo, subjetivo u objetivo; aplicar su estilo personal, presentar su obra desde su ángulo individual; expresarse como él crea que debe hacerlo. Pero no debe echarse en olvido que el género, reconocido como el más difícil en todos los idiomas, no tolera innovaciones sino de los autores que lo dominan en lo más esencial de su estructura.
El interés que despierta el cuento puede medirse por los juicios que les merece a críticos, cuentistas y aficionados. Se dice a menudo que el cuento es una novela en síntesis y que la novela requiere más aliento en el que la escribe. En realidad los dos géneros son dos cosas distintas; y es es más difícil lograr un buen libro de cuentos que una novela buena. Comparar diez páginas de cuento con las doscientas cincuenta de una novela es una ligereza. Una novela de esa dimensión puede escribirse en dos meses; un libro de cuentos que sea bueno y que tenga doscientas cincuenta páginas, no se logra en tan corto tiempo. La diferencia fundamental entre un género y el otro está en la dirección: la novela es extensa; el cuento es intenso.
El novelista crea caracteres y a menudo sucede que esos caracteres se le rebelan al autor y actúan conforme a sus propias naturalezas, de manera que con frecuencia una novela no termina como el novelista lo había planeado, sino como los personajes de la obra lo determinan con sus hechos. En el cuento, la situación es diferente; el cuento tiene que ser obra exclusiva del cuentista. Él es el padre y el dictador de sus Criaturas; no puede dejarlas libres ni tolerarles rebeliones. Esa voluntad de predominio del cuentista sobre sus personajes es lo que se traduce en tensión por tanto en intensidad. La intensidad de un cuento no es producto obligado, como ha dicho alguien, de su corta extensión; es el fruto de la voluntad sostenida con que el cuentista trabaja su obra. Probablemente es ahí donde se halla la causa de que el género sea tan difícil, pues el cuentista necesita ejercer sobre sí mismo una vigilancia constante, que no se logra sin disciplina mental y emocional; y eso no es fácil.
Fundamentalmente, el estado de ánimo del cuentista tiene que ser el mismo para recoger su material que para escribir. Seleccionar la materia de un cuento demanda esfuerzo, capacidad de concentración y trabajo de análisis. A menudo parece más atrayente tal tema que tal otro; pero el tema debe ser visto no en su estado primitivo, sino como si estuviera ya elaborado. El cuentista debe ver desde el primer momento su material organizado en tema, como si ya estuviera el cuento escrito, lo cual requiere casi tanta tensión como escribir.
El verdadero cuentista dedica muchas horas de su vida a estudiar la técnica del género, al grado que logre dominarla en la misma forma en que el pintor consciente domina la pincelada: la da, no tiene que premeditarla. Esa técnica no implica, como se piensa con frecuencia, el final sorprendente. Lo fundamental en ella es mantener vivo el interés del lector y por tanto sostener sin caídas la tensión, la fuerza interior con que el suceso va produciéndose. El final sorprendente no es una condición imprescindible en el buen cuento. Hay grandes cuentistas, como Antón Chejov, que apenas lo usaron. “A la deriva”, de Horacio Quiroga, no lo tiene, y es una pieza magistral. Un final sorprendente impuesto a la fuerza destruye otras buenas condiciones en un cuento. Ahora bien, el cuento debe tener su final natural como debe tener su principio.
No importa que el cuento sea subjetivo u objetivo; que el estilo del autor sea deliberadamente claro u oscuro, directo o indirecto: el cuento debe comenzar interesando al lector. Una vez cogido en ese interés el lector está en manos del cuentista y éste no debe soltarlo más. A partir del principio el cuentista debe ser implacable con el sujeto de su obra; lo conducirá sin piedad hacia el destino que previamente le ha trazado; no le permitirá el menor desvío. Una sola frase aun siendo de tres palabras, que no esté lógica y entrañablemente justificada por ese destino, manchará el cuento y le quitará esplendor y fuerza. Kippling refiere que para él era más importante lo que tachaba que lo que dejaba; Quiroga afirma que un cuento es una flecha disparada hacia un blanco y ya se sabe que la flecha que se desvía no llega al blanco.
La manera natural de comenzar un cuento fue siempre el “había una vez” o “érase una vez”. Esa corta frase tenía -y tiene aún en la gente del pueblo- un valor de conjuro; ella sola bastaba para despertar el interés de los que rodeaban al relatador de cuentos. En su origen, el cuento no comenzaba con descripciones de paisajes, a menos que se tratara la presencia o la acción del protagonista; comenzaba con éste, y pintándola en actividad. Aún hoy, esa manera de comenzar es buena. El cuento debe iniciarse con el protagonista en acción, física o psicológica, pero acción; el principio no debe hallarse a mucha distancia del meollo mismo del cuento, a fin de evitar que el lector se canse.
Saber comenzar un cuento es tan importante como saber terminarlo. El cuentista serio estudia y practica sin descanso la entrada del cuento. Es en la primera frase donde está el hechizo de un buen cuento; ella determina el ritmo y la tensión de la pieza. Un cuento que comienza bien casi siempre termina bien. El autor queda comprometido consigo mismo a mantener el nivel de su creación a la altura en que la inició. Hay una sola manera de empezar un cuento con acierto: despertando de golpe el interés del lector. El antiguo “había una vez” o “érase una vez” tiene que ser suplido con algo que tenga su mismo valor de conjuro. El cuentista joven debe estudiar con detenimiento la manera en que inician sus cuentos los grandes maestros; debe leer, uno por uno, los primeros párrafos de los mejores cuentos de Maupassant, de Kipling, de Sherwood Anderson, de Quiroga, quien fue quizá el más consciente de todos ellos en lo que a la técnica del cuento se refiere.
Comenzar bien un cuento y llevarlo hacia su final sin una digresión, sin una debilidad, sin un desvío: he ahí en pocas palabras el núcleo de la técnica del cuento. Quien sepa hacer eso tiene el oficio de cuentista, conoce la “tekné” del género. El oficio es la parte formal de la tarea, pero quien no domine ese lado formal no llegará a ser buen cuentista. Sólo el que lo domine podrá transformar el cuento, mejorarlo con una nueva modalidad, iluminarlo con el toque de su personalidad creadora.
Ese oficio es necesario para el que cuenta cuentos en un mercado árabe y para el que los escribe en una biblioteca de París. No hay manera de conocerlo sin ejercerlo. Nadie nace sabiéndolo, aunque en ocasiones un cuentista nato puede producir un buen cuento por adivinación de artista. El oficio es obra del trabajo asiduo, de la meditación constante, de la dedicación apasionada. Cuentistas de apreciables cualidades para la narración han perdido su don porque mientras tuvieron dentro de sí temas escribieron sin detenerse a estudiar la técnica del cuento y nunca la dominaron; cuando la veta interior se agotó, les faltó la capacidad para elaborar, con asuntos externos a su experiencia íntima, la delicada arquitectura de un cuento. No adquirieron el oficio a tiempo, y sin el oficio no podían construir.
En sus primeros tiempos el cuentista crea en estado de semiinconsciencia. La acción se le impone; los personajes y sus circunstancias le arrastran; un torrente de palabras luminosas se lanza sobre él. Mientras ese estado de ánimo dura, el cuentista tiene que ir aprendiendo la técnica a fin de imponerse a ese mundo hermoso y desordenado que abruma su mundo interior. El conocimiento de la técnica le permitirá señorear sobre la embriagante pasión como Yavé sobre el caos. Se halla en el momento apropiado para estudiar los principios en que descansa la profesión de cuentista, y debe hacerlo sin pérdida de tiempo. Los principios del género, no importa lo que crean algunos cuentistas noveles, son inalterables; por lo menos, en la medida en que la obra humana lo es.
La búsqueda y la selección del material es una parte importante de la técnica; de la búsqueda y de la selección saldrá el tema. Parece que estas dos palabras -búsqueda y selección- implican lo mismo: buscar es seleccionar. Pero no es así para el cuentista. Él buscará aquello que su alma desea; motivos campesinos o de mar, episodios de hombres del pueblo o de niños, asuntos de amor o de trabajo. Una vez obtenido el material, escogerá el que más se avenga con su concepto general de la vida y con el tipo de cuento que se propone escribir.
Esa parte de la tarea es sagradamente personal; nadie puede intervenir en ella. A menudo la gente se acerca a novelistas y cuentistas para contarles cosas que le han sucedido, “temas para novelas y cuentos” que no interesan al escribir porque nada le dicen a su sensibilidad. Ahora bien, si nadie debe intervenir en la selección del tema, hay un consejo útil que dar a los cuentistas jóvenes: que estudien el material con minuciosidad y seriedad; que estudien concienzudamente el escenario de su cuento, el personaje y su ambiente, su mundo psicológico y el trabajo con que se gana la vida.
Escribir cuentos es una tarea seria y además hermosa. Arte difícil, tiene el premio en su propia realización. Hay mucho que decir sobre él. Pero lo más importante es esto: El que nace con la vocación de cuentista trae al mundo un don que está en la obligación de poner al servicio de la sociedad. La única manera de cumplir con esa obligación es desenvolviendo sus dotes naturales, y para lograrlo tiene que aprender todo lo relativo a su oficio; qué es un cuento y qué debe hacer para escribir buenos cuentos. Si encara su vocación con seriedad, estudiará a conciencia, trabajará, se afanará por dominar el género, que es sin duda muy rebelde, pero dominable. Otros lo han logrado. Él también puede lograrlo.

jueves, 14 de febrero de 2013

Consejos del mejor : Stephen King


radar
DOMINGO, 10 DE FEBRERO DE 2013

Master Class

En diciembre del año pasado, Stephen King hizo una rara aparición pública en la Universidad de Massachusetts Lowell. Habló con estudiantes y fans, respondió preguntas y leyó partes de su nueva novela. Aquí, algunos momentos de esa charla.
 Por Stephen King
Recuerdo la primera vez que vi a un escritor verdadero en vivo. Estaba en primer año en la universidad, en Maine, y Joseph Heller vino a hablar de Catch 22. Recuerdo estar pensando: “Estoy respirando el mismo aire que el tipo que inventó a Yossarian y Major-Major (personajes de Trampa 22). Yo estaba enamorado de la lectura. Estaba enamorado de mi novia, pero había ocasiones en las que si me hubieran dicho que podía quedarme con una cosa, o mis libros o mi novia, me hubiera sentado a pensarlo. Yo estaba estupefacto, y ahí estaba él, vistiendo este traje realmente bueno. También recuerdo que pensé que no parecía un escritor sino un tipo de Wall Street. Habló durante un rato y eventualmente me di cuenta de que es tan sólo un tipo, como cualquiera. Y así soy yo: soy sólo un tipo y estoy acá para contestar a sus preguntas y hablar de lo que quieran hablar.
En cuanto al proceso de escritura, quiero hablar de la novela que estoy escribiendo actualmente. Llevo unos tres cuartos y si tengo mucha suerte voy a terminarla para fin de año. Normalmente lo hago rápido, pero muchas veces no sé si un libro va a terminarse hasta que se termina, porque no hago un esquema del argumento de antemano, ni hago muchas anotaciones, supongo que porque estoy más viejo. Una vez hacía un trabajo con John Irving y me dijo una de las cosas más raras que escuché: que lo primero que hace cuando empieza a escribir un libro es escribir la última línea. Pensé: por Dios, eso es como comerse el glaseado y después la torta. El sabe todo lo que va a pasar. Yo no sé un carajo de lo que va a pasar, pero así es como funciona para mí: el año pasado, cuando conducía de regreso desde Florida a Maine, paré en un motel de Carolina del Sur. Nunca hay mucho que hacer en estos lugares, más que prender la tele, recostarse y ver las noticias locales. Y ahí estaba, viendo las noticias locales, cuando pasan la cobertura de un suceso del día. Esto fue un año y pico atrás, cuando la economía estaba realmente destrozada. McDonald’s anunció que abriría varios puestos de trabajo, y se presentaron mil personas a la solicitud. Entre toda esta gente había una mujer que el día anterior se había peleado con otra. Aquella otra mujer había encontrado en la cama con su marido a la mujer que ahora estaba en la fila para buscar trabajo, y decidió que iba a hacerle frente y de ser posible, arrancarle la cabeza. Cuando se enteró de que la amante de su marido iba a estar buscando trabajo, condujo su auto hasta ella, la encontró, se abrió paso entre la gente, la agarró y comenzó a sacudirla. La mujer consiguió huir, pero entonces la otra se volvió a subir al auto, y avanzó entre la gente, hasta que la alcanzó. Tras golpearla, se subió al auto y arrancó marcha atrás, nuevamente sobre la multitud. Fue un desastre, dos personas murieron. Y yo pensé: quiero escribir sobre esto. No sabía por qué. Sólo sabía que quería hacerlo.
A menudo me preguntan si llevo un anotador. Creo que un anotador es la mejor manera de que un escritor realice sus malas ideas. Mi idea sobre las buenas ideas es que una buena idea es la que permanece. La idea original para Under the Dome la tuve en 1973, cuando tenía veintipico y daba clases en un colegio secundario. Era un tema muy grande para mí, y yo era muy joven para el tema aún. Escribí unas 25 páginas y lo dejé de lado, pero el principio del libro sigue siendo parte de aquello que escribí. Lo reescribí de memoria, porque lo bueno se queda.
Mi método para empezar cualquier historia consiste en contármela a mí mismo por la noche, cuando me acuesto. Me lo cuento a mí mismo. Hay que darle tiempo, con tiempo, si tomaste un trozo de carbón se puede convertir en un diamante.
Muchas veces la gente viene a verme para ver si estoy realmente jodido de la cabeza. En muchas entrevistas me preguntan cómo fue mi infancia. Yo sé que lo que quieren saber es qué es lo que me traumatizó tanto que escribo esta cosa terrorífica. Pero no hay nada que yo recuerde. Aunque, por supuesto, si lo hubiera no se los contaría.
¿Cómo compararía su experiencia escribiendo novelas y escribiendo guiones?
–Antes no me tomaba muy en serio lo de los guiones. En una entrevista incluso dije que los guiones son un trabajo de idiotas; y créanme que he visto muchos guiones, escritos por idiotas, gente que no puede redactar una oración. Algunos ganan mucho dinero; la diferencia está en que todo en una película se encuentra en la superficie. Esto lo dice alguien que ama las películas. Creo que una razón por la que tantos de mis libros fueron llevados al cine es porque mi sentido creativo fue formado por una imaginería visual antes que por los libros. Hoy esto es así para todo el mundo, pero yo soy el primero de los escritores de mi generación que vio Bambi y muchas películas en televisión antes de empezar a leer. Aprendí primero ese medio visual, pero cuando me enamoré de los libros fue un amor total, y durante un tiempo pensé que las películas eran un medio menor. No es suficiente haber visto muchas películas en tu vida, hay que escribir un par de guiones para aprender. Cuando llevaba un año y medio escribiendo novelas a tiempo completo, conseguí un libro para aprender a escribir películas. El libro era una estupidez, pero al final incluía como ejemplo un guión de La dimensión desconocida, y eso no era una estupidez. Entonces tomé el libro de Bradbury Something Wicked this Way Comes y escribí una adaptación, lo hice sólo para mí, para aprender. Y luego escribí mi tercer libro, El resplandor; conseguí los derechos contractuales para escribir el primer boceto de guión para adaptarlo al cine y lo hice, escribí una primera versión. Pero luego me enteré de que Kubrick, que había conseguido los derechos a través de Warner Bros., había decidido que él y la escritora Diane Johnson se iban a hacer cargo del guión. Básicamente dijeron: “Esto no sirve”, e hicieron lo que querían hacer, lo cual no me enojó, porque antes de instalarse uno recibe cientos de rechazos y se acostumbra, es parte del juego. Uno aprende.
¿Cómo le hace sentir saber que asustó a tanta gente?
–Me encanta asustar a la gente. A veces me preguntan si me molesta que me llamen “escritor de terror”, y yo digo: llámenme como quieran mientras yo pueda seguir haciendo lo que hago y mantener a mi familia con ello. Lo que importa es escribir libros que puedan aguantar dos lecturas. Yo soy un escritor confrontativo, quiero crearte un impacto directo, entrar en tu zona de intimidad, ponerme a la distancia de un beso, un abrazo, un golpe. Quiero toda tu atención. El primer libro que me volvió loco fue El señor de las moscas, de William Golding. Lo leí a los 13 o 14 años y durante tres días se convirtió en la cosa más importante de mi vida, más allá de si ese chico Jack de la novela iba a sobrevivir o no en la isla. Hasta que lo terminé fue todo para mí. No importaban ni las comidas ni los juegos con amigos, tenía que saber qué iba a pasar: cuando uno lee de ese modo no está intelectualizándolo, no está analizando para una clase, ni nada por el estilo. Cada tanto me mandan una carta en la que alguien se queja de que en una escuela no permiten dar mis libros en clase, y yo digo: buenísimo; andá a leer mis libros por vos mismo, hacé tu propio análisis fuera de clase. Al final del libro, los chicos del coro han descendido al salvajismo, y persiguen al chico que no ha abrazado el programa, para matarlo ritualmente. Pero entonces aparece un submarino y los marineros de la armada británica salvan a los chicos a último momento. En el posfacio, Golding se pregunta: los marineros salvan a los chicos, ¿pero quién salvará a los marineros? Esto es lo que viene después de una guerra nuclear, así que hay otra novela entera, y una vez que Jack se salvó pude volver a leerla con mayor frialdad, con mi cerebro, y apreciarla en un nivel intelectual. Cualquier buen libro puede leerse dos veces: la primera vez quiero tu atención total, emocionado, no analizando ni pensando el lenguaje; no me veas a mí, no quiero ser parte de la experiencia. Pero si volvés a leerme, quiero creer que hay algo más que la montaña rusa emocional. A El resplandor le dediqué un año entero de mi vida, así que más vale que trate sobre algo.
¿Y qué le da miedo?
–Todo me da miedo, las arañas, las serpientes, la muerte, mi suegra.
¿Le parece que la cultura audiovisual está acabando con la lectura?
–Se sigue leyendo. La cuestión es qué es lo que se lee. La saga Crepúsculo es un éxito enorme, y esos malditos libros de 50 sombras de Grey... Leí el primer libro, me llevó como tres meses. Y lo gracioso es que las mejores partes son las escenas sexuales, creo que son muy buenas, pero Ana, como personaje, sólo tiene dos posiciones por defecto: cuando algo la complace, dice “Oh, my...”; y cuando algo es malo, dice “Oh, Dios...”, y eso ocurre una y otra y otra vez. Lo cierto es que estas cosas vendieron el 16 por ciento de los libros de tapa dura vendidos el año pasado, así que alguien está leyendo a estos cachorritos. Mucha gente lee los Harry Potter, muchos leen Los juegos del hambre, muchos leen a James Patterson, y muchos leen mis libros, aunque no digo que estén en ese nivel. Pero es cierto que esos libros no son necesariamente literatura: son cosas que están en el medio, donde uno puede ir para un lado o para otro. A veces pienso que la gente no se desafía a sí misma lo suficiente, como para leer cosas que tengan más textura, y a veces veo que la gente que siente que tiene que defender que los libros sean “literatura”, cree que hay que ignorar un libro si alcanza más de 750 lectores. Pero yo no tengo duda de que se va a seguir leyendo.

miércoles, 13 de febrero de 2013

El secreto de E L James

El secreto de un best seller : 
Yo donde lo abri me parecio naif y chabacano, pero bue : 

“Si eres dueña de una marca de autor fuerte, por más que nunca hayas publicado formalmente, la novela que presentes a editoriales o agencias será revisada bajo una luz completamente diferente”. Ella aquí nos habla de las editoriales, pero yo creo además, que eso influye también en los lectores. La forma en que ellos te ven, los atraerá o alejará de lo que publicas.
E.L. JAMES, la autora de 50 SOMBRAS DE GREY, se valió de esta herramienta para impulsar su éxito. Ella, antes de sacar al mercado su novela, tenía tiempo en la web dándose a conocer como autora de FanFic, ya tenía un público objetivo ganado (lectoras que adoran las novelas de Stephenie Meyer, y quienes además, se inclinan por el romance erótico). Cuando conoces a tu PÚBLICO OBJETIVO: qué les gusta leer, cuáles son los modelos de personajes habituales por los que se interesan, qué tramas los conmueven, etc., es más sencillo desarrollar una historia que atrape a “ese público” y son ellos los que iniciarán el de boca en boca que te llevará al éxito, lo busques o no. 50 SOMBRAS DE GREY fue publicada primero en la web de manera gratuita con otro título y con algunas semejanzas a Crepúsculo, gustó tanto entre las lectoras que animó a la autora a ajustarle la trama y presentarlo a una editorial, logrando ganar su aprobación después de mucho esfuerzo. No les llevó solo una buena historia, les llevó lectores. "