miércoles, 19 de agosto de 2009

El maravillosamente amplio registro de los personajes femeninos

"Es cierto : casi siempre inevnto protagonistas mujeres . ¿ Por qué? Porque es genial escribir personajes femeninos . Mi mayor interés con la heroina mujer es que creo que como autor , si escribo para mujer tengo un lienzo mucho mas grande en el cual jugar en terminos en los cuales la gente se sienta cómoda viendo qué cosas le pasan al personaje emocionalmente . Con un personaje varón no puedes ponerlo salvajemente neurótico o emocional como podrias con un personaje mujer , porque nuestra sociedad , por el motivo que sea, no está cómoda viendo a un hombre en esa situación . Y si lo ven , ese hombre queda en el papel de debil y despreciable. No gusta a la audiencia. La gente acepta ver a mujeres llorar , pero es distinto si ven a un hombre llorar. Cuando escribo jamás pienso en los personajes como hombre o mujer sino como personas interesantes. Pero al escribir un personaje femenino , siento mucha mayor libertad de expresión para hacerla hacer y decir cosas muy variadas , y ponerla en los sitios y situaciones que quiera , con mucha mayor libertad de lo que le puedo hacer hacer a un personaje varón" .Bryan Fuller, autor de Star Trek, Pushing Daysies , Wonderfalls y Dead like me.

lunes, 17 de agosto de 2009

Arturo Arias, escritor de Guatemala

Sopa de caracol

³Me gusta sacarle sentido al lenguaje en todas sus maneras, la más evidente es jugar con las palabras de manera que suenen así: ³Golosamente glosando el glorificado guateque guaraposo, la glotis glotonamente haciendo ³glúglú² mientras gritaba gregaria los graciosos, gráciles garabatos grasosos del glúteo como un glucómetro, glorifiqué mi cuerpo cada vez más glutinoso y gozoso gorgoteando gloriada glucosuria².

Lo otro es que las palabras también son signos, son dibujos de alguna manera aunque no logremos pensar en ellos así, cuando pensamos en los glifos mayas o la escritura china se nos hace más obvio, pero en la escritura latina lo pensamos menos, pero las palabras tienen formas y se puede jugar con ellas, y a mí me gusta mucho que proyecten algún sentido por su misma forma o por su misma manera de dibujarlas³.

Pascal Bruckner, sobre escribir

-Adoro escribir. Cuando escribo siento que le estoy dando forma al pensamiento, le pongo límites precisos. Si no lo hago, tengo la sensación de vivir en el juego de la dispersión. La escritura es la concentración.

El país de los boludos

El país de los boludos
Por José Pablo Feinmann

Bastará con verificar que –en el lenguaje de los jóvenes, sobre todo– la palabra boludo ha reemplazado al modismo, típico de la argentinidad, che. Hoy, los jóvenes no dicen: “Cortala, che”. No dicen: “Ni ahí, che”. No dicen: “No me cabe, che”.

Los jóvenes dicen: “Cortala, boludo”. Dicen: “Ni ahí, boludo”. Dicen: “No me cabe, boludo”. Pareciera, la palabra “boludo”, un reconocimiento (tal vez no consciente) del estado de las cosas, no un agravio. Pero no nos adelantemos.

En principio bastará con verificar este decisivo desplazamiento lingüístico: del tradicional “che” se ha pasado al “boludo”, extrayéndole toda connotación agresiva para, limándolo, mantenerlo en el nivel referencial. Así, cálidamente, se dice: “Escucháme, boludo”. O “no vayás, boludo”. O “el bondi te deja mejor que el subte, boludo”.

Nadie ignora todo lo que un buen chiste expresa de una situación social o política. Los chistes que ha generado el menemismo son interminables y todos dicen algo de la situación básica que los ha producido: el menemismo, por supuesto. Pero yo elegiría uno entre los más destellantes y representativos. Uno en que la palabra “boludo” es decisiva y denota una situación histórica. Un tipo le dice a otro: “¿Sabés cómo le dicen a Menem?”

El otro tipo dice: “No”. El primero dice: “El rey de los boludos”. El otro pregunta: “¿Por qué?”. El primero explica: “Porque él es el rey y nosotros los boludos”. La gracia del chiste (si me lo preguntan, creo que se trata de un chiste muy gracioso y bien armado) radica en atribuirle, primero, a Menem, una expresión tradicionalmente despectiva: sería, en efecto, “el rey de los boludos”, es decir, el más boludo de todos, el más tonto, el más idiota.

Sin embargo, luego, sorpresivamente (un chiste siempre, o casi siempre, esconde un remate sorpresivo), la expresión “el rey de los boludos” deja de ser despectiva y es valorativa, porque “el rey de los boludos” es un rey, es un monarca, alguien que gobierna y, como todo monarca, tiene súbditos. Estos súbditos tienen un nombre, que primero creíamos se atribuía al rey, pero no, no se atribuye al rey sino a los súbditos: porque “los boludos” son los súbditos, los súbditos del rey. De este modo “el rey de los boludos” es el monarca que ejerce poder sobre una especial categoría de súbditos llamados “los boludos”.

Que somos, más exactamente, nosotros. El chiste, que en el inicio parecía agredir o señalar peyorativamente a Menem, nos señala, en su remate, a nosotros: los boludos somos nosotros y él es el rey, el monarca, el que nos transforma en boludos gobernándonos. Porque si por algo somos boludos es porque Menem es nuestro rey. Y lo hemos elegido.

Cuando alguien escucha este chiste se ríe, jamás se indigna. Nadie dice: “Yo no soy un boludo ni Menem es mi rey”. No, los buenos y sufridos (y boludos) argentinos nos reímos y decimos “qué buen chiste, boludo”. Y nos asumimos como boludos y ya está claro por qué hemos dejado de decir “che” para señalarnos y ahora decimos “boludo”.

Porque es así: antes nos señalábamos diciéndonos “che”. Por ejemplo: un amigo, luego de despedirse, se va del bar y de pronto descubrimos que hemos olvidado decirle algo. Lo llamamos. Le gritamos “¡Che!”. No más. Ahora le gritamos: “¡Boludo!”.

Todo esto no lo digo porque sí. Se me ocurrió, como muchas otras cosas, tomando un café en el bar de la esquina de mi casa. Estoy con un amigo y mi amigo lee el diario. Lee los sucesos de Ramallo. Que la bonaerense acribilló a los secuestradores y a los rehenes. Eso lee.

De pronto, me dice que el comisario a cargo declaró que le habían tirado a las gomas. A las gomas del coche en que se escapaban los asaltantes con los rehenes. Tiraron, parece, entre ochenta y ciento setenta balas. Ni una le pegó a las gomas. Mi amigo me mira y pregunta: “¿Nos toman por boludos?”. Le digo que sí, que por supuesto, que nos toman por boludos. Que hace tiempo nos toman por boludos. Tanto, que los argentinos ya no somos los “che”, somos “los boludos”.

Cuando Alsogaray decía “hay que pasar el invierno”, nos tomaba por boludos. Y después Onganía, y Lanusse, y el viejo Perón muchas veces, nos tomaron por boludos. Y cuando Videla decía “los desaparecidos están en el exterior” nos tomaba por boludos. Y cuando hablaron de la “campaña antiargentina” nos tomaron por boludos. Y cuando hicieron el Mundial y cuando le ganamos a Perú seis a cero nos tomaron por boludos.

Y Alfonsín nos tomó por boludos cuando les dijo “héroes de Malvinas” a los carapintadas, y nos tomó por boludos cuando dijo “la casa está en orden”. Y Menem se hartó de tomarnos por boludos. Nos tomó por boludos durante más de diez años. Menem y los Yoma y María Julia Alsogaray y los que mataron a Cabezas y los que suicidaron a Yabrán.

Todos nos tomaron por boludos. Y ahora los de LAPA y los acribilladores de Ramallo y los que ultrajaron tumbas judías en La Tablada y, antes, los que volaron la Embajada de Israel, los que volaron la AMIA esos –muy especialmente esos– nos tomaron por boludos. Y quienes los cobijan, quienes deberían descubrirlos y encarcelarlos y no lo hacen, esos, día a día, cada día que pasa un poco más, nos toman por boludos. Porque eso es lo que somos, porque al fin sabemos lo que somos: somos el país de los boludos. Hoy, al comandante Guevara no le dirían Ernesto Che. Le dirían Ernesto Boludo. Y no por culpa de él, sino nuestra.

Mi amigo, ahí, en el bar de la esquina, tristemente dobla el diario y lo deja sobre la mesa. Llama al mozo. Pide un café. Veo en sus ojos el destello de la bronca. De la indignación. Tal vez de la rebeldía. Me mira. Y dice: “No se puede seguir así”. El mozo le trae el café. Bebe un lento sorbito, con cuidado, como para no quemarse. Me mira otra vez y dice: “Hay que hacer algo, boludo”. Es un comienzo.

Via: Vea y Lea

Ivonne Bordelois y el idioma de los argentinos

Ivonne Bordelois ha dicho que la palabra está amenazada porque la palabra es una amenaza para la sociedad de consumo, para un sistema caracterizado por el fundamentalismo capitalista. Eso porque "con el lenguaje vienen la reflexión, la crítica y un sentido estético".

Bordelois es poeta y lingüista e investigadora en los problemas del lenguaje. Opinó que el gran problema del siglo XXI será el de la comunicación y subrayó la importancia del diálogo cultural con los chinos, "de quienes no sabemos nada". De sus investigaciones es fruto una primera serie de ensayos que se publicaron con el título "La palabra amenazada". El año pasado, un segundo volumen, "El país que nos habla", también de ensayos, obtuvo el premio que otorgan el diario porteño "La Nación" y la Editorial Sudamericana. En el libro analiza la historia lingüística del país desde las generaciones de 1837 y 1880 y luego la pelea entre los escritores enrolados en los grupos de Boedo y Florida.

Lo fundamental, para Bordelois, es el rescate de la lengua en un mundo globalizado y donde la imagen visual gana en velocidad a la expresión verbal. En la Argentina, puntualizó, hay un descuido por la palabra "que no es demasiado favorable".

Indicó que existen "varios idiomas argentinos -interpretando idioma en un sentido muy laxo, claro está-, porque las diferencias regionales y sociales marcan muy amplias variaciones en el habla. Somos al mismo tiempo muy distintos del español que se habla en la Península, pero también tenemos un sesgo muy distintivo con respecto al español latinoamericano. Recientemente he estado en Venezuela y me impresionó el ver como allí existe el cariño y la atención por la palabra que tanto flaquea entre nosotros".

–La variedad de hablas y hablantes, ¿definen una suerte de tribus urbanas con un correlato sociocultural? ¿Es signo de resistencia o de pobreza cultural?

–Creo que son expresiones de resistencia e identidad al mismo tiempo, pero es cierto que el empobrecimiento léxico caracteriza a la capa de la población más lejana al proyecto educativo, y es una de las causas de su exilio del mercado laboral, entre otros muchos factores.

–¿Es el castellano un idioma imperial, es decir, tiene impronta dominadora, incluso en cuanto a diferenciación sexual?

–El español carece de la vocación imperial de los tiempos de la conquista, pero su avance demográfico lo convierte en una fuerza muy avasalladora en los Estados Unidos. Allí, sin embargo, no es una lengua de prestigio, y está desvalorizado dentro del mundo editorial que se pliega a los designios del mercado anglosajón. La tendencia sexista siempre ha sido muy fuerte en el español. Ahora, por ejemplo, se da en decir: la "ministro" de economía, lo cual es un perfecto disparate morfológico. A poco que nos descuidemos empezaremos a hablar de la "maestro normal". La idea de que las profesiones son dominios masculinos es perfectamente retrógrada y condice perfectamente con el antifeminismo notable de nuestro país.

–Existe la anécdota de que Carlos V decía que hablaba con su caballo en alemán, con las mujeres en italiano y con Dios en español. Es cierto que la cuestión mística está vinculada estrechamente con la poesía española, lo mismo que la amatoria aunque no tanto como con la italiana. ¿Cuál es su experiencia como poeta?

–En cuanto a la poesía erótica se olvida el muy importante repertorio popular medieval, de un erotismo muy avanzado y exquisito. Recuerdo que Alejandra Pizarnik reverenciaba esta poesía, y ella misma la imitó en algunos de sus mejores poemas. De hecho el poemario erótico-místico supremo de la poesía universal es el "Cántico Espiritual" de San Juan de la Cruz, que habla por sí solo y cuya vigencia diría que es casi pavorosa.


–¿Qué actitud tienen los adolescentes ante el lenguaje?
Como están en sublevación con la familia y con los valores que de alguna manera la sociedad trata de comunicarles, hacen todo lo posible para repudiar esos valores, rechazarlos o reinterpretarlos a su manera. Los adolescentes tienen la tendencia a plegarse a la cultura de la gesticulación, de la imagen, del cuerpo; se expresan mucho más desde el punto de vista físico, y eso me preocupa porque pienso que limitan la posibilidad de entrada a un campo de reflexión más profundo. Pero por otro lado, el adolescente tiene una capacidad de innovar muy grande, y esa capacidad se ve en el tipo de modismos que han implantado, como por ejemplo “genia” o “ídola”, donde ciertos valores de la mujer que estaban totalmente suprimidos de golpe afloran. Los adolescentes ahora usan “te amo”, pero para mi generación decir “te amo” era un quemo total, lo único que podíamos decir es “te quiero”. No todo es negativo, lo que pasa es hay que saber escuchar a los chicos. La escuela y los medios de comunicación cometen un genocidio con los adolescentes, cuando en las telenovelas aparecen parejas que se expresan con un lenguaje terriblemente pobre, de una pobreza que te hace llorar porque no pueden entender sus propios sentimientos por la carencia de léxico.

–¿En qué momento empezó a gestarse esta limitación y pobreza en el léxico?
Hay una cierta tendencia a decir que el menemismo arrasó con el lenguaje, y ciertamente es verdad. Pero en realidad esto sucede en todo el mundo. En Francia se está debatiendo la degradación del lenguaje, justamente en el país que más “vigilancia” ejerce y el que más orgullo siente del cuidado del lenguaje. Si les pasa eso a los franceses quiere decir que esto es mucho más profundo. El menemismo se insertó en una ola general, en una especie de tsunami que está barriendo el mundo. Una civilización capitalista fundamentalista como la nuestra necesita borrar los mecanismos más profundos del lenguaje, porque con el lenguaje viene la reflexión, la crítica y un sentido estético. El lenguaje está amenazado porque es una amenaza, hay que entender esto: si nosotros nos asentamos en las riquezas naturales del lenguaje, nos constituimos en una gran amenaza.

–Al analizar el lenguaje que prevalece en el chat, usted descubrió que, a veces, al acortar lo escrito se recupera el origen de las palabras, como sucede con noche, que se escribe “nox”, igual que en el nominativo del latín. ¿Cómo explica que suceda esto?
Aunque sea azaroso, en la búsqueda de la reducción al núcleo de la palabra muchas veces se comprueba que la evolución fonética no es arbitraria sino que se corresponde con ciertos mecanismos biológicos y ciertos fenómenos fonéticos que son universales. Necesariamente, los chicos, al desandar ese camino para acortar la palabra, llegan al nox, pero también es cierto que sonó la flauta por casualidad (risas), pero no deja de ser notable e interesante. Yo pongo el ejemplo de las lenguas semíticas, donde la grafía excluye las vocales y la gente tiene que imaginar cuáles son las vocales que faltan. Y eso, a veces, produce grandes ambigüedades. El mecanismo es absolutamente natural en las lenguas humanas; la gente quiere condensar la información escrita que es tan complicada, que es cara, que es lenta, que comparada con la palabra oral siempre pierde en velocidad.

–¿Cómo incide la velocidad en la cultura?
El gran tema es que ésta es una cultura de la velocidad. Los países más ricos no son los que han ganado más dinero sino más tecnología de velocidad. El problema está en que la palabra ahora tiene que competir con la imagen, que la velocidad de la imagen es infinitamente más grande que la de la palabra. Habría que ver hasta qué punto se produce una especie de calentamiento de la superficie lingüística global al tratar de condensar y alcanzar más velocidad en el lenguaje. Borges decía que el inglés le ganaba al español en velocidad, porque es un idioma que tiene una enorme cantidad de monosílabos, pero que el español le ganaba en claridad, porque naturalmente usamos palabras de tres o cuatro sílabas. Si vos perdés el principio o el final de la palabra en español, no es tan difícil reconstruirla a través del contexto. Esta es una cultura que tiene que decidir si quiere comunicar más, o más rápido.

–Pero el riesgo de esta decisión es que si se opta por la velocidad, para llegar más rápido, se pierda profundidad...
Sí, pero el hecho de que el inglés haya escogido una estructura prácticamente monosilábica no ha incidido en una falta de profundidad la prueba está en los grandes escritores que tiene la literatura inglesa. El peligro está en el campo de la comunicación verbal. Me parece que el siglo XXI va a ser el siglo de los problemas de comunicación a nivel muy profundo, del diálogo de las grandes lenguas.

–¿Ese diálogo sería entre el inglés y el español?
No, me parece que el acontecimiento más importante del siglo va a ser el dominio de los chinos y nuestra preparación es flagrantemente pobre. Nosotros no sabemos nada de los chinos y vamos a tener un gran problema porque el diálogo de las culturas estará sometido a una prueba feroz, si no tenemos un poco más de comprensión de lo que está ocurriendo.

–¿Esto se agravaría por la idiosincrasia de los argentinos que tienden a rechazar el aprendizaje de otras lenguas?
Sí, en cierto sentido somos parecidos a los Estados Unidos, donde la enseñanza de lenguas, de acuerdo con el caudal técnico y económico que tienen, debería estar mucho más difundida. Pero como a cualquier parte del mundo a la que viajan la gente habla inglés, ellos creen que no es necesario conocer otras lenguas, y ahí se pierden un enorme cauce de comprensión y acercamiento. Los argentinos somos muy etnocéntricos y eso desgraciadamente viene de una tradición bastante mezquina. El gran Borges tenía un gran desprecio a nuestras culturas indígenas. Tenemos que desandar un largo camino y volver a andar en otra dirección.

–Usted afirma en el libro que la puja entre Florida y Boedo la ganó Borges.
El problema de Florida fue crear una especie de entonación criolla dentro del ámbito general del español para diferenciarse de los inmigrantes. En ese momento ellos estaban “ahogados” por una inmigración masiva; hay que pensar que dos de cada tres personas hablaban una lengua que no era el español y el núcleo criollo se sentía asfixiado. Pero fue una noción clasista y sobre todo muy porteña; lo que trató de salvarse fue el paradigma porteño por encima de lo que podría ser un paradigma nacional donde se agruparan las entonaciones de todo el país. Por eso digo que ganó la posición unitaria, porteña y burguesa de Borges.

–En el libro analiza letras de Leda Valladares o Jorge Drexler por el compromiso que tienen con la poesía, con la palabra. ¿La música parecería ser la vía masiva de rescate y recuperación del lenguaje?
Sí, es la única vía de rescate. A mí lo que me preocupa es la palabra oral. No estoy tratando de “salvar” la literatura sino la lengua, que es mucho más que la literatura. La canción no es una catacumba, por suerte todavía tiene muchísima vitalidad. Cuando vino Drexler, fui pensando que iríamos sólo unos cuantos viejos porque es demasiado poético. Lo que me gustó fue que la única vieja era yo (risas), estaba lleno de chicos jóvenes que coreaban la mayoría de las canciones. Estos son los destellos de esperanza que uno tiene.

Fragmento de El país que nos habla:

El lenguaje es el depósito sagrado de nuestra conciencia, la condición de nuestra sabiduría, la garantía de nuestra identidad y de nuestra libertad, y también una fuente de placer inagotable, si sabemos encontrarla. Pero lo malo es que, en gran parte, esta sociedad, efectivamente, ha abierto la luz verde en este sentido, y lo que presenciamos es un arrasamiento masivo de nuestra comunicación con el propio lenguaje, nudo fundamental de nuestra comunicación con nosotros mismos. Lo que se nos impide es el contacto con lo digno y lo hermoso del lenguaje. Y lo que urge es elegir entre un lenguaje cómplice o un lenguaje resistente. Pero en realidad no es el lenguaje lo que está en crisis, ya que la historia demuestra que pasan los gobiernos, los países, los siglos y el lenguaje sobrevive, siempre con la misma energía maravillosa. Los que estamos en crisis somos nosotros, los que abrimos las puertas a los saqueadores de ese petróleo último del habla que es el lenguaje, los que pretenden erradicarlo de la conciencia colectiva porque temen su vitalidad, su creatividad, su capacidad de juego y de denuncia, todo lo que nos aparte del triste mercado de bienes inútiles y suntuarios con que se nos persigue y aplasta cotidianamente.
El testimonio más fuerte de la totalidad que nos reúne es, precisamente, el lenguaje. Cada uno de nosotros es un recorte subjetivamente único dentro de un todo. Las partes no constituyen el todo, sino que el todo constituye a las partes. Partículas hablantes de ese gran todo que nos congrega, nos corresponde enfrentar sus crisis, reparar sus heridas, restaurar su luminosidad que será también nuestra.

Fuente: suplemento "Radar" del diario "Página 12"
Más información: www.pagina12.com.ar



En realidad, el severo diagnóstico de Castro sobre el español hablado y escrito en Buenos Aires coincide con el trazado por Amado Alonso en "El problema argentino de la lengua"(1935): Así arriba a conclusiones sobre la "esencia" del pueblo argentino : "plebeyismo universal", "instinto bajero", "descontento íntimo, encrespamiento del alma al pensar en someterse a cualquier norma medianamente trabajosa." En cuanto a las estrategias utilizadas para impugnar a Castro, el mismo Borges nos proporciona la respuesta en "Arte de injuriar" (1933. Historia de la eternidad). "Las alarmas del Dr. A. Castro" (1941) anticipa, desde el título, el mordaz humorismo con que Borges hostigará al filológo español.
lingüístico de Buenos Aires" al etiquetarlo como "el problema argentino de la lengua" (6), enfatizando la influencia nociva que ejercía Buenos Aires. Pero Alonso no pretendió como Castro probar una tesis sobre la "esencia" del pueblo argentino y por otra parte se consideraba amigo de Borges, a quien precisamente le dedica su obra, como "compañero en estas preocupaciones". (7) En la obra de Castro, por el contrario, se deslizan sugerencias contra Borges: "Hay argentinos, incluso con relieve intelectual, que declaran ser su lengua el "argentino", aunque no insistan mucho en ello al expresarse con la pluma" (p.16) "Para algunos, hacia 1927, [las formas bastardas] parecían el pedestal sobre el que debiera alzarse el futuro gran idioma de los argentinos"

Eufemismos contra el sexo y el vicio

(Creo que lo saqué de un website "nicaragüense")
Algunos términos se cargan, con el tiempo, de un matiz de rechazo o censura, por lo que se hace necesario recurrir al eufemismo o a la sustitución. La palabra francesa para designar "beso", baiser -explica Ullmann (op. cit.: 235)- ha caído víctima de una interdicción o prohibición tabú, porque se matizó de connotaciones obscenas, por lo que hubo necesidad de remplazarla por embrasser, "abrazar". Es lo que ha ocurrido con la voz "papaya", que en Nicaragua alude en el lenguaje coloquial al órgano sexual femenino, pero que no se siente tan grosera, como en algunas provincias de Cuba, en donde se ha sustituido por "fruta bomba".
Ullmann (op. cit.: 170), nos recuerda que en el lenguaje de la germanía se utilizan muchos eufemismos para disfrazar términos malsonantes. En el argot francés, nos dice, "polir" se usa en la acepción de "robar" y dio lugar a otros verbos como "limpiar" y "bruñir". Los pandilleros en Nicaragua denominan a las bebidas alcohólicas ( " licor" , para ellos), entre otros sinónimos, con los vocablos remedio, leche, refrigerio, vitamina, agua bendita, y a la droga en general: medicamento, arcoiris, el paraíso, la vida eterna.
Humberto López Morales, en su interesante ensayo "América en sus palabras" (2000: 16) nos dice que muchas veces los eufemismos resultan palabras enteramente desconocidas con el significado especial que se les ha asignado:
Podemos estar oyendo hablar de araña, bacalao, bagre, cabra, chiva, chucha, gallina, ganado, ganso, gaviota, guajolota (pava), jíbara, lagartija, leona, loba, oveja, polilla, sapo, vaca, por ejemplo, y no enterarnos de que son designaciones eufemísticas de "prostituta".
Nuestros adolescentes recurren a una serie de eufemismos para suavizar términos que se sienten como groseros; por ejemplo, al individuo bruto, torpe, ignorante ("caballo"), le dicen caballero; al trasero, cubanito; al ladrón, risueño; al sordo, sorbete; a la venta o expendio, altar; al naipe, biblia; al acto de drogarse por primera vez, bautizarse; al órgano sexual femenino, pomada; a la prostituta, calzón eléctrico; a la acción de copular, medir el aceite; al homosexual, canoa mojada etc. Y como los términos roco (padre), boludo (haragán), resbalosa (mujer de fácil conquista), etc., se han ido matizando de una connotación peyorativa, han recurrido al eufemismo respectivo: romelio, bolerama, bocado, etc.
El adolescente recurre, también, a un procedimiento contrario al eufemismo: el disfemismo. El Diccionario académico (1992: 537) define este término como el "modo de decir que consiste en nombrar una realidad con una expresión peyorativa o con intención de rebajarla de categoría". Zamora Munné y Guitart, en su Dialectología hispanoamericana (1988: 161), afirman que los disfemismos "son palabras o locuciones intencionalmente peyorativas, despectivas o insultantes".
En el habla coloquial nicaragüense se emplea encoñado para referirse a la persona que se desvive por el amor de otra. Se trata de una voz malsonante, derivada de coño, de origen latino (cunnus) que significa "parte externa del aparato genital de la hembra". Sin embargo, como en nuestro país los hablantes no tienen conciencia de su significado de origen, no es palabra tabú, sino mero disfemismo, como en Chile y Ecuador, en donde significa "tacaño", "miserable".
Una palabra considerada tabú en un país o región, no lo es en otra parte. Incluso, el significado de los términos varía no sólo a través del tiempo, sino de país a país, dentro de una misma región y hasta en los mismos grupos de distinta categoría (social, profesional, etc.). Ullmann nos refiere que Moliere en su obra publicada en 1666, El misántropo, (acto II, escena 1), uno de los personajes le dice a su amada: Tienes demasiado amantes a los que se ve asediarte. Esta expresión podría resultar insultante, si consideramos que el vocablo amante se aplica en la actualidad al querido, es decir, a la persona que mantiene relaciones ilícitas con otra de sexo opuesto. Pero se trata de una obra de la segunda mitad del siglo XVII y el término tenía un sentido muy diferente, "enamorado de una mujer"; de modo que la expresión más bien podría entenderse como un piropo, un requiebro, dicha incluso con recelo: Tienes demasiado admiradores...
Los ejemplos abundan. Un término como huevo, en Nicaragua no se siente bayunco, pero en México ha pasado a ser sinónimo de "testículo"; esto explica el origen del eufemismo blanquillos. Otro ejemplo: Carajo en España significa "pene, miembro viril" y es una voz malsonante. Se emplea comúnmente en fraseologismos en el lenguaje familiar: irse al carajo (echarse algo a perder, tener mal fin); mandar a alguien al carajo (rechazarlo con insolencia y desdén); no valer un carajo (no valer o servir de nada o para nada). Se trata de una palabra de connotación sexual y por lo tanto de un tabuismo. Pero en Hispanoamérica se desconoce este significado, de manera que no pasa de ser un disfemismo, es decir, una voz peyorativa o insultante: ¡Vas a ver, carajito!, dicen los padres al hijo en forma de regaño. A veces se emplea como interjección: ¡Carajo!
Chingado es una voz malsonante, grosera, empleada en Nicaragua para ofender. Deriva de chingar, un mexicanismo que significa "practicar el coito, fornicar". En algunos países de América del Sur (Argentina, Colombia, Chile y Perú), tiene sentido de "no acertar, fracasar, frustrarse, fallar".
En verdad, las expresiones tabuizadas o disfemísticas en un lugar -como afirman Zamora Munné y Guitart (op. cit. : 162-163) pueden en otros carecer de matiz negativo. Concha, en el Cono Sur, alude a la parte externa del aparato genital femenino; en cambio, en Nicaragua empleamos la frase interjectiva ¡Qué concha! o el derivado conchudo para referirnos al descarado o sinvergüenza.
A veces, los tabuismos mantienen el matiz negativo pero aplicado en sentido inverso. Por ejemplo puto es en México y Argentina "marica", mientras que en Perú, Cuba y Nicaragua es "mujeriego". Bicho, en Puerto Rico, es pene; sin embargo en Nicaragua se refiere a las partes pudendas de la mujer.
Nuestros adolescentes emplean, en vez del verbo aplazar o reprobar un examen académico, el término coger. Se trata de un disfemismo, porque se está nombrando una realidad con un término peyorativo, por su alusión de contenido sexual. Asimismo, utiliza otros vocablos cargados de intención despreciativa; así, la boca la denomina cloaca; el buen estudiante es un alumno robot; el individuo de buen humor es nefasto; una persona cualquiera es un animal o un fósil, y la novia es un culo viejo.
Zamora Munné y M. Guitart (op. cit.: 164) afirman que en Cuba las formas de tratamiento tradicionales, señor, señora, señorita, han desaparecido con el régimen actual al tildárselas de "burguesas", y han sido sustituidas por compañero, compañera y compañerita. En cambio, para los que solicitan permiso para emigrar, por estar en desacuerdo con el gobierno, se reservan las formas ciudadano, ciudadana, que adquieren en consecuencia connotaciones negativas.
Madre, palabra hermosa y nobilísima, se ha usado en muchas ocasiones con sentido bayunco y obsceno, no sólo en Nicaragua sino en muchos países hispanomericanos. Angel Rosenblat, en sus Estudios sobre el habla de Venezuela (1987: 8), nos dice que en los cursos de bachillerato es un problema mencionar el nombre de la isla Sumatra, porque el estudiante replica inmediatamente: ¡La sutra!
Los términos papá y mamá, de uso frecuente en Nicaragua, se usan en español desde el siglo XVIII -nos documenta Rosenblat- con los Borbones, quienes los llevaron de Francia a España. Antes, agrega, empleaban pápa y máma, común en nuestros campos y en las zonas urbanomarginales. También papi y mami, bastante generalizado en las ciudades, por influencia del cine norteamericano y argentino.
Pero las ofensas más groseras utilizan el vocablo madre. ¿Cómo ha ocurrido esto? Rosenblat escribe al respecto:
El hombre usa una expresión con toda llaneza a través de las generaciones. De pronto una interferencia, una posibilidad de sonrisa suspicaz, de interpretación maliciosa, de juego mal intencionado, pone la palabra en entredicho. (1987: 9)
En nuestro país, mentar la madre es una de las expresiones más bajas e injuriosas que conocemos. Por eso el oyente -siempre alerta, especialmente con la entonación y el gesto- se esmera en percibir en su interlocutor toda la intención y suspicacia con que pueda teñir la expresión.
En España tiene todo el decoro preguntar a alguien casado por su mujer. Es tradición de siglos, registrada ya en el primer monumento de la literatura castellana que se conserva, el Poema del Cid, escrito en 1140 y copiado por Per Abatt en 1307. "Su mujer" dice el juglar anónimo, al referirse a Ximena, esposa del Cid:
Contento está Mío Cid. Dijo:"¡Qué buen día es hoy!"
Pero a su mujer del miedo le estalla el corazón.
Y "mi mujer" dice también el Campeador:
Mi mujer, doña Ximena, sea lo que quiera Dios.
Pero en Hispanoamérica "su mujer" es poco respetuoso. Angel Rosenblat cita el comentario de Alberdi, un estadista argentino del siglo pasado:
No ponga usted mujer, porque las señoras se van a enojar. Mujeres son las de la calle... Mujer es una cosa y señora es otra cosa. La señora no es mujer, como el caballero no es hombre. La señora es más que mujer, como el caballero más que hombre. ( 1987: 92)
Otros, como Unamuno, Martí y Ortega y Gasset opinan lo contrario, al analizar los términos desde una perspectiva de "valores humanos esenciales". Sin embargo, se trata del uso de la colectividad, de tratamientos sociales, matizado siempre de un complejo de asociaciones y valoraciones afectivas. El mismo vocablo "doña" que emplea el Cid con mucho respeto, ha ido adquiriendo en Nicaragua un matiz despectivo en la expresión: la doña.
Mi mujer, mi señora, mi esposa tienen, en el español peninsular, la misma significación. En Nicaragua, mi mujer es sinónima de amante, querida. En cambio, mi señora, mi esposa, mi señora esposa se corresponden con un tratamiento de estimación y respeto merecidos. Darío, en las "Palabras liminares" de Prosas profanas (1896), establece la diferencia:
Mi esposa es de mi tierra, mi querida de París.
En el área rural, sobre todo en los hogares donde la pareja vive en concubinato, se oye decir en el hombre: mi mujercita, mi compañera; y en la mujer: mi hombre, mi compañero.
Y en el lenguaje coloquial son curiosas las fórmulas generalmente metaforizadas. Rosenblat nos dice que Unamuno, con mucha ternura, llamaba a su buena y comprensiva esposa: "Mi santa costumbre". En Nicaragua abundan expresiones familiares, algunas de ellas matizadas de sarcasmo: mi costilla, mi media naranja, mi adorado tormento, mi cruz, mi calvario, mi grillete, mi desgracia, mi peor es nada, la autoridad, la mandamás; y esta expresión usada por los pandilleros: la bola de hierro.
El venezolano Julio Calcaño (1840 - 1918), en su ensayo El castellano en Venezuela (1897), proponía una fórmula que él consideraba de mucha cortesía: Mi señora, la esposa de usted. Hoy, a más de un siglo de aquella propuesta, ¿cómo se sentiría la expresión: mi esposa, la mujer de usted?

lunes, 10 de agosto de 2009

Un cuarto propio


Decia Virginia Woolf que es bueno tener un cuarto propio para escribir. Ana Maria Shua alquila un departamento cerca de su casa para que nadie la interrumpa mientras escribe.A mi, en cambio, me gustaría algo más parecido a esto: un mirador en un parque, donde cualquiera que quiera interrumpir tenga que subir tantos escalones que llegue arriba con la lengua afuera y sin ganas de hablar...