lunes, 17 de agosto de 2009

Eufemismos contra el sexo y el vicio

(Creo que lo saqué de un website "nicaragüense")
Algunos términos se cargan, con el tiempo, de un matiz de rechazo o censura, por lo que se hace necesario recurrir al eufemismo o a la sustitución. La palabra francesa para designar "beso", baiser -explica Ullmann (op. cit.: 235)- ha caído víctima de una interdicción o prohibición tabú, porque se matizó de connotaciones obscenas, por lo que hubo necesidad de remplazarla por embrasser, "abrazar". Es lo que ha ocurrido con la voz "papaya", que en Nicaragua alude en el lenguaje coloquial al órgano sexual femenino, pero que no se siente tan grosera, como en algunas provincias de Cuba, en donde se ha sustituido por "fruta bomba".
Ullmann (op. cit.: 170), nos recuerda que en el lenguaje de la germanía se utilizan muchos eufemismos para disfrazar términos malsonantes. En el argot francés, nos dice, "polir" se usa en la acepción de "robar" y dio lugar a otros verbos como "limpiar" y "bruñir". Los pandilleros en Nicaragua denominan a las bebidas alcohólicas ( " licor" , para ellos), entre otros sinónimos, con los vocablos remedio, leche, refrigerio, vitamina, agua bendita, y a la droga en general: medicamento, arcoiris, el paraíso, la vida eterna.
Humberto López Morales, en su interesante ensayo "América en sus palabras" (2000: 16) nos dice que muchas veces los eufemismos resultan palabras enteramente desconocidas con el significado especial que se les ha asignado:
Podemos estar oyendo hablar de araña, bacalao, bagre, cabra, chiva, chucha, gallina, ganado, ganso, gaviota, guajolota (pava), jíbara, lagartija, leona, loba, oveja, polilla, sapo, vaca, por ejemplo, y no enterarnos de que son designaciones eufemísticas de "prostituta".
Nuestros adolescentes recurren a una serie de eufemismos para suavizar términos que se sienten como groseros; por ejemplo, al individuo bruto, torpe, ignorante ("caballo"), le dicen caballero; al trasero, cubanito; al ladrón, risueño; al sordo, sorbete; a la venta o expendio, altar; al naipe, biblia; al acto de drogarse por primera vez, bautizarse; al órgano sexual femenino, pomada; a la prostituta, calzón eléctrico; a la acción de copular, medir el aceite; al homosexual, canoa mojada etc. Y como los términos roco (padre), boludo (haragán), resbalosa (mujer de fácil conquista), etc., se han ido matizando de una connotación peyorativa, han recurrido al eufemismo respectivo: romelio, bolerama, bocado, etc.
El adolescente recurre, también, a un procedimiento contrario al eufemismo: el disfemismo. El Diccionario académico (1992: 537) define este término como el "modo de decir que consiste en nombrar una realidad con una expresión peyorativa o con intención de rebajarla de categoría". Zamora Munné y Guitart, en su Dialectología hispanoamericana (1988: 161), afirman que los disfemismos "son palabras o locuciones intencionalmente peyorativas, despectivas o insultantes".
En el habla coloquial nicaragüense se emplea encoñado para referirse a la persona que se desvive por el amor de otra. Se trata de una voz malsonante, derivada de coño, de origen latino (cunnus) que significa "parte externa del aparato genital de la hembra". Sin embargo, como en nuestro país los hablantes no tienen conciencia de su significado de origen, no es palabra tabú, sino mero disfemismo, como en Chile y Ecuador, en donde significa "tacaño", "miserable".
Una palabra considerada tabú en un país o región, no lo es en otra parte. Incluso, el significado de los términos varía no sólo a través del tiempo, sino de país a país, dentro de una misma región y hasta en los mismos grupos de distinta categoría (social, profesional, etc.). Ullmann nos refiere que Moliere en su obra publicada en 1666, El misántropo, (acto II, escena 1), uno de los personajes le dice a su amada: Tienes demasiado amantes a los que se ve asediarte. Esta expresión podría resultar insultante, si consideramos que el vocablo amante se aplica en la actualidad al querido, es decir, a la persona que mantiene relaciones ilícitas con otra de sexo opuesto. Pero se trata de una obra de la segunda mitad del siglo XVII y el término tenía un sentido muy diferente, "enamorado de una mujer"; de modo que la expresión más bien podría entenderse como un piropo, un requiebro, dicha incluso con recelo: Tienes demasiado admiradores...
Los ejemplos abundan. Un término como huevo, en Nicaragua no se siente bayunco, pero en México ha pasado a ser sinónimo de "testículo"; esto explica el origen del eufemismo blanquillos. Otro ejemplo: Carajo en España significa "pene, miembro viril" y es una voz malsonante. Se emplea comúnmente en fraseologismos en el lenguaje familiar: irse al carajo (echarse algo a perder, tener mal fin); mandar a alguien al carajo (rechazarlo con insolencia y desdén); no valer un carajo (no valer o servir de nada o para nada). Se trata de una palabra de connotación sexual y por lo tanto de un tabuismo. Pero en Hispanoamérica se desconoce este significado, de manera que no pasa de ser un disfemismo, es decir, una voz peyorativa o insultante: ¡Vas a ver, carajito!, dicen los padres al hijo en forma de regaño. A veces se emplea como interjección: ¡Carajo!
Chingado es una voz malsonante, grosera, empleada en Nicaragua para ofender. Deriva de chingar, un mexicanismo que significa "practicar el coito, fornicar". En algunos países de América del Sur (Argentina, Colombia, Chile y Perú), tiene sentido de "no acertar, fracasar, frustrarse, fallar".
En verdad, las expresiones tabuizadas o disfemísticas en un lugar -como afirman Zamora Munné y Guitart (op. cit. : 162-163) pueden en otros carecer de matiz negativo. Concha, en el Cono Sur, alude a la parte externa del aparato genital femenino; en cambio, en Nicaragua empleamos la frase interjectiva ¡Qué concha! o el derivado conchudo para referirnos al descarado o sinvergüenza.
A veces, los tabuismos mantienen el matiz negativo pero aplicado en sentido inverso. Por ejemplo puto es en México y Argentina "marica", mientras que en Perú, Cuba y Nicaragua es "mujeriego". Bicho, en Puerto Rico, es pene; sin embargo en Nicaragua se refiere a las partes pudendas de la mujer.
Nuestros adolescentes emplean, en vez del verbo aplazar o reprobar un examen académico, el término coger. Se trata de un disfemismo, porque se está nombrando una realidad con un término peyorativo, por su alusión de contenido sexual. Asimismo, utiliza otros vocablos cargados de intención despreciativa; así, la boca la denomina cloaca; el buen estudiante es un alumno robot; el individuo de buen humor es nefasto; una persona cualquiera es un animal o un fósil, y la novia es un culo viejo.
Zamora Munné y M. Guitart (op. cit.: 164) afirman que en Cuba las formas de tratamiento tradicionales, señor, señora, señorita, han desaparecido con el régimen actual al tildárselas de "burguesas", y han sido sustituidas por compañero, compañera y compañerita. En cambio, para los que solicitan permiso para emigrar, por estar en desacuerdo con el gobierno, se reservan las formas ciudadano, ciudadana, que adquieren en consecuencia connotaciones negativas.
Madre, palabra hermosa y nobilísima, se ha usado en muchas ocasiones con sentido bayunco y obsceno, no sólo en Nicaragua sino en muchos países hispanomericanos. Angel Rosenblat, en sus Estudios sobre el habla de Venezuela (1987: 8), nos dice que en los cursos de bachillerato es un problema mencionar el nombre de la isla Sumatra, porque el estudiante replica inmediatamente: ¡La sutra!
Los términos papá y mamá, de uso frecuente en Nicaragua, se usan en español desde el siglo XVIII -nos documenta Rosenblat- con los Borbones, quienes los llevaron de Francia a España. Antes, agrega, empleaban pápa y máma, común en nuestros campos y en las zonas urbanomarginales. También papi y mami, bastante generalizado en las ciudades, por influencia del cine norteamericano y argentino.
Pero las ofensas más groseras utilizan el vocablo madre. ¿Cómo ha ocurrido esto? Rosenblat escribe al respecto:
El hombre usa una expresión con toda llaneza a través de las generaciones. De pronto una interferencia, una posibilidad de sonrisa suspicaz, de interpretación maliciosa, de juego mal intencionado, pone la palabra en entredicho. (1987: 9)
En nuestro país, mentar la madre es una de las expresiones más bajas e injuriosas que conocemos. Por eso el oyente -siempre alerta, especialmente con la entonación y el gesto- se esmera en percibir en su interlocutor toda la intención y suspicacia con que pueda teñir la expresión.
En España tiene todo el decoro preguntar a alguien casado por su mujer. Es tradición de siglos, registrada ya en el primer monumento de la literatura castellana que se conserva, el Poema del Cid, escrito en 1140 y copiado por Per Abatt en 1307. "Su mujer" dice el juglar anónimo, al referirse a Ximena, esposa del Cid:
Contento está Mío Cid. Dijo:"¡Qué buen día es hoy!"
Pero a su mujer del miedo le estalla el corazón.
Y "mi mujer" dice también el Campeador:
Mi mujer, doña Ximena, sea lo que quiera Dios.
Pero en Hispanoamérica "su mujer" es poco respetuoso. Angel Rosenblat cita el comentario de Alberdi, un estadista argentino del siglo pasado:
No ponga usted mujer, porque las señoras se van a enojar. Mujeres son las de la calle... Mujer es una cosa y señora es otra cosa. La señora no es mujer, como el caballero no es hombre. La señora es más que mujer, como el caballero más que hombre. ( 1987: 92)
Otros, como Unamuno, Martí y Ortega y Gasset opinan lo contrario, al analizar los términos desde una perspectiva de "valores humanos esenciales". Sin embargo, se trata del uso de la colectividad, de tratamientos sociales, matizado siempre de un complejo de asociaciones y valoraciones afectivas. El mismo vocablo "doña" que emplea el Cid con mucho respeto, ha ido adquiriendo en Nicaragua un matiz despectivo en la expresión: la doña.
Mi mujer, mi señora, mi esposa tienen, en el español peninsular, la misma significación. En Nicaragua, mi mujer es sinónima de amante, querida. En cambio, mi señora, mi esposa, mi señora esposa se corresponden con un tratamiento de estimación y respeto merecidos. Darío, en las "Palabras liminares" de Prosas profanas (1896), establece la diferencia:
Mi esposa es de mi tierra, mi querida de París.
En el área rural, sobre todo en los hogares donde la pareja vive en concubinato, se oye decir en el hombre: mi mujercita, mi compañera; y en la mujer: mi hombre, mi compañero.
Y en el lenguaje coloquial son curiosas las fórmulas generalmente metaforizadas. Rosenblat nos dice que Unamuno, con mucha ternura, llamaba a su buena y comprensiva esposa: "Mi santa costumbre". En Nicaragua abundan expresiones familiares, algunas de ellas matizadas de sarcasmo: mi costilla, mi media naranja, mi adorado tormento, mi cruz, mi calvario, mi grillete, mi desgracia, mi peor es nada, la autoridad, la mandamás; y esta expresión usada por los pandilleros: la bola de hierro.
El venezolano Julio Calcaño (1840 - 1918), en su ensayo El castellano en Venezuela (1897), proponía una fórmula que él consideraba de mucha cortesía: Mi señora, la esposa de usted. Hoy, a más de un siglo de aquella propuesta, ¿cómo se sentiría la expresión: mi esposa, la mujer de usted?

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